miércoles, 30 de junio de 2010

PROGRAMA INGRESO SOCIAL CON TRABAJO “ARGENTINA TRABAJA”

El área de educación del Programa Argentina Trabaja realiza acciones de planificación de tareas en territorio 
Sus OBJETIVOS son: Articular distritalmente en el territorio con todos los organismos gubernamentales y sociales vinculados a la implementación del Programa Ingreso Social con Trabajo. Relevar la situación socio-educativa de los cooperativistas y de sus familias: ENCUESTAS SOCIO-EDUCATIVAS. Cuantificar las variables educativas terminalidad, acreditación, continuidad: organizar la información Instrumentar junto a las Jefaturas regionales y distritales las propuestas de terminalidad escolar para cada familia cooperativista del distrito, facilitando el acceso a los diferentes programas y planes de estudios vigentes. Coordinar la elaboración de informes distritales mensuales de las acciones y resultados, que permitan conocer cuántos trabajadores se incorporan a las propuestas de terminalidad, avances y dificultades Realizar el seguimiento de las propuestas en curso. Sistematizar acciones y resultados. Para el logro de dichos OBJETIVOS, se definen etapas PRIMERA ETAPA: Acciones alcanzadas: En relación a esta etapa se realizaron articulaciones para el inicio de trabajo territorial con los responsables de los siguientes: La Matanza, José C Paz, Tigre, Florencio Varela, Ezeiza, Pilar, Presidente Perón, Marcos Paz, Lomas de Zamora. SEGUNDA ETAPA: Acciones alcanzadas: Se dio cumplimiento a esta etapa en los distritos mencionados, llevándose a cabo reuniones de presentación de la propuesta, durante los meses de enero, febrero, marzo, abril y mayo, con el fin de establecer acuerdos previos a la realización de los talleres con los trabajadores cooperativistas. Participaron autoridades del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, autoridades municipales, autoridades educativas dependientes de la DGC y E, autoridades de las cooperativas, orientadores en los distritos en los que se encuentran en funciones. TERCERA ETAPA: Acciones alcanzadas: La implementación de esta etapa permitió llegar con la propuesta del área de educación a 150 cooperativas en el distrito de La Matanza, 33 cooperativas en Tigre, 88 cooperativas en Florencio Varela, 18 cooperativas en Pilar, 2 cooperativas en Presidente Perón, 60 cooperativas en Ezeiza, 6 cooperativas en Marcos Paz, 4800 cooperativistas en José C. Paz y 890 cooperativistas en Lomas de Zamora. Se coordinaron talleres que incluyeron material de sensibilización con relatos de experiencias de vida de personas que tuvieron acceso a diferentes políticas públicas y que les posibilitaron alfabetizarse, acreditar y certificar estudios. Se desarrollaron talleres con estrategias de educación popular. Se implementaron aproximadamente 25.000 encuestas de relevamiento durante los talleres. Es objetivo central del área de Educación es profundizar esta SEXTA ETAPA para el segundo semestre, la cual comprende - Realizar encuentros para la devolución de la información sistematizada. - Generar reuniones con los equipos trabajos territoriales con el fin de consolidar los acuerdos necesarios para garantizar las respuestas a las expectativas de los cooperativistas y sus familias. - Efectuar la firma de convenios entre las cooperativas y el Ministerio de Educación de la Nación a fin de que las mismas lleven adelante el Programa Nacional de Alfabetización de Jóvenes y Adultos. - Realizar la presentación de la documentación respaldatoria para la firma de estos convenios. - Articulación con el sistema educativo para la concreción de aperturas de extensiones de sedes de terminalidad primaria, Plan FINES PRIMARIA-SECUNDARIA y centros de formación profesional. 
Comentario final: Cabe destacar que esta tarea viene siendo realizada por talleristas del área de educadores populares, orientadores, alfabetizadores voluntarios, responsables del Ministerio de Desarrollo Social, responsables y referentes municipales en un accionar conjunto que deberá seguir siendo fortalecido para lograr dar cumplimiento a esta etapa que será la que en definitiva, posibilitará el acceso pleno al derecho a la educación. Coordinadora Nacional de Educación : Mary Sánchez

miércoles, 23 de junio de 2010

Adriana Puiggrós- Soberanía económica y educativa -RECOMENDAMOS

A diferencia de lo propugnado por los organismos internacionales, la articulación entre sistemas escolares, la correlación y validación de estudios, la movilidad internacional de estudiantes y docentes, la coordinación de los criterios de evaluación, y otras medidas que se están tomando, no son neutrales. Varios congresos internacionales de educación superior que se han realizado en América latina en la última década tienen el claro objetivo de alinear la región en los términos impuestos por la Organización Mundial del Comercio (OMC). Para extender el que se había realizado previamente en Sevilla, en 2005, se realizó el II Encuentro de Rectores de Universia, una red de universidades orientada hacia el mercado desde la cual los invitados fueron convocados por Emilio Botín, presidente del Banco Santander. En mayo se reunieron en Guadalajara, México, 985 rectores de universidades iberoamericanas, empresarios, ONG y representantes de gobiernos, “para marcarles a los países de Latinoamérica el camino que creen que hay que recorrer para construir un espacio iberoamericano del conocimiento, al estilo de lo que ha hecho (...) el proceso de Bologna en Europa” (El País, Madrid, 1-6-10).
Más allá del palabrerío pseudoprogresista que enmarca las declaraciones surgidas del proceso de Bolonia, el eje sobre el cual se apoya esta reforma de las universidades es la implantación universal de guías sobre lo que una bizarra asociación entre especialistas en educación y representantes de los intereses financieros internacionales entiende por “calidad” de los conocimientos y de las competencias, así como criterios e ítem de evaluación adecuados a estándares que permiten construir rankings de instituciones, graduados y alumnos. Una guía detallada al servicio de las necesidades empresariales de selección de personal. La creación de agencias privadas de evaluación de la calidad educativa y acreditación es una herramienta del mercado educativo que sustituye al Estado en una función que le es propia.
El caso de España es ejemplar. En 2003, la OCDE elogiaba las medidas macroeconómicas que consideraba causas del desarrollo económico español sin medir sus consecuencias, y aconsejaba estimular el mercado mediante las siguientes reformas: fiscal, de las pensiones, del mercado de trabajo y de la educación. Numerosas empresas penetraron las universidades españolas al ritmo del avance del acuerdo de Bologna, que significó la aplicación de los criterios del libre mercado al propio diseño curricular y la organización académica. Empresas como Endesa ofrecen cátedras en la universidad politécnica de Catalunya, Caja Duero paga cursos universitarios y en cualquier universidad pueden verse los stands de empresas que venden productos educacionales (lo cual ocurre también en la mayor parte de los eventos latinoamericanos de educación superior). Emilio Botín anunció que la entidad que preside destinará 600 millones de euros en los próximos cinco años a proyectos universitarios. No debemos dejar de asociar que los avances sin límites del mercado, con los resultados que están por verse, y la aplicación de los criterios empresariales sobre su educación no han traído sino desgracias a España.
En este contexto, urge que nuestra región consolide el principio de la Ley de Educación Nacional de 2006, que establece que la educación es un bien social no transable, y profundizar la orientación que proporcionó a la política de educación el acuerdo sellado entre Argentina y Brasil en 2007, que rechaza la apertura del mercado libre de la educación considerada por la OMC como un bien transable. Es necesario detener el avance del neoliberalismo educativo en nuestros países. El Mercosur y el Unasur son los espacios para ponerle límites y hacer acuerdos regionales para reformar nuestra educación superior con soluciones democráticas, nacionales y populares. Estos términos, lejos de ser demagógicos, contienen una larga experiencia en la política educativa latinoamericana y expresiones actuales exitosas, así como la aprobación de la mayor parte de la comunidad de la educación superior argentina.
* Presidenta de la Comisión de Educación de la Cámara de Diputados.

martes, 22 de junio de 2010

RICARDO FORSTER

¿Por qué nadie quiere ser de derecha?

Ricardo Forster
¿Resulta acaso sorprendente que la derecha argentina sienta una cierta inquietud existencial al ser identificada precisamente como de derecha? ¿Está sucediendo un reacomodamiento de piezas en el mapa político de la oposición que parece haber descubierto que la defensa cerrada de las corporaciones económico-mediáticas ya no rinde el rédito esperado? ¿Resulta, tal vez, impresentable quedar pegado a las vicisitudes del inefable Mauricio Macri, que su antiguo socio y colega de herencias busca separarse ostentosamente acusándolo de “derechoso”? Extrañas parábolas que fueron iniciadas, no por De Narváez o algún otro de los peronistas disidentes, sino por Ricardo Alfonsín que, lanzado a la carrera presidencial, percibió que el pequeño Cobos se estaba volviendo cada vez más pequeño y que hacía falta regresar al ilusionismo socialdemócrata para volver a la mística extraviada de los orígenes. El hijo del padre, hábil a la hora de captar el cambio de atmósfera, hace borrón y cuenta nueva respecto de sus votos nada progresistas en los últimos dos años (votó en contra de todas las leyes de avanzada que se presentaron en el Congreso de la Nación, desde la reestatización jubilatoria, la recuperación de Aerolíneas Argentinas hasta llegar, por supuesto y como gran coronación, al rechazo de la ley de servicios audiovisuales); su objetivo, ahora, es construir su candidatura desde la perspectiva de alguien que se presenta como un genuino exponente del progresismo argentino (de ese que lleva dentro suyo un antiguo gorilismo y que suele desconfiar de la falta de prolijidad del plebeyismo populista, de un progresismo aferrado a lo políticamente correcto, al life style y al sacrosanto temor que desde siempre le han causado las multitudes). Incluso el Grupo Clarín, casi al borde del precipicio y sin saber de qué modo salir de su propio atolladero causado por sus oscuridades impresentables, últimamente se le ha dado por describir las atrocidades cometidas durante la dictadura videlista, focalizando en torturas y desapariciones y como adelanto de un improbable mea culpa. Nadie quiere, en estos días que corren, salvando los editoriales del siempre liberal-conservador diario de los Mitre, definir su identidad política acercándose peligrosamente a la derecha de la pantalla. Nadie quiere, en estos días de festejos y alegrías heredadas del Bicentenario y que se continúan en estas semanas mundialistas en las que la selección argentina amenaza con transformar en mito a Maradona de la mano de Messi y de un equipo que venía de punto y en un par de partidos ha pasado a ser banca incluso contra gran parte de la prensa nacional, ser presentado como un animal de derecha.
Nadie, en especial aquellos que pelean por una suerte de candidatura peronista neoliberal, desea que les recuerden su ostensible inclinación hacia el poder concentrado y hacia las recetas conservadoras (Macri, de todos ellos, es el que lleva la delantera en una carrera de la que nadie quiere ser el ganador, porque la meta es ser identificado como el heredero de Menem). Con diversos grados de astucia, y en eso De Narváez demuestra que aprende rápido y que tiene alrededor suyo a un ejército de asesores que permanentemente le susurran cosas al oído, los impresentables de un peronismo prostibulario se afanan por demostrar que ellos nada tienen que ver con ese fantasma horrible que viste los ropajes de la derecha. El problema es que nadie parece creerles porque la foto, por sí sola, es más que elocuente allí donde se presentan juntos Eduardo Duhalde, Rodríguez Saa, Ramón Puerta, De Narváez, Juan Carlos Romero, Felipe Solá y, como haciéndose el distraído, el enigmático y siempre escurridizo ex piloto de Fórmula 1 muy acostumbrado a bajarse del auto antes de llegar a la meta. Lo cierto es que esta truope que se asemeja a una tienda de los milagros, a la que también hay que agregar al entrerriano Busti y al chubutense Das Neves, sabe que tiene que desmarcarse del espectro que la acosa, un espectro que los lleva directamente hacia lo peor de la última década y que los muestra ocupando sin mediatintas el costado derecho de la política argentina, en especial allí donde el kirchnerismo se ofrece como el heredero de las tradiciones nacional populares del peronismo y desde el radicalismo, y tal vez en alianza con el socialismo santafesino y algo de lo que quede de la coalición cívica, amenaza con expropiar el imaginario progresista y republicano que tanto atrae a la clase media. Los “federal-peroconservadores” intuyen que los tiempos actuales no llevan los aires de la restauración ni que resulta conveniente, al menos por ahora, mostrarse como lo que efectivamente son y representan.
No deja de ser interesante y algo extraño que al gobierno de Cristina Fernández se lo empiece a correr por izquierda cuando, como sucedió hasta ahora, se lo hizo por derecha y en consonancia con los intereses económicos más concentrados. Los radicales, pese a las declaraciones inoportunamente reaccionarias y prejuiciosas de Sanz al afirmar que la asignación universal lo único que había logrado es aumentar el consumo de paco y el juego de azar entre los pobres y a la figura cada vez más conservadora de Cobos, parecen haber encontrado en Ricardo Alfonsín la figura que los puede colocar en el andarivel democrático y progresista, ese que parecieron haber olvidado y que, con olvidos de por medio, intentan recuperar en concordancia con socialistas y seguidores de Carrió (la gente de Proyecto Sur no parece estar dispuesta a jugar ese juego de engaños y de diluciones y preferirá, quizás, insistir con Pino Solanas en la soledad de su candidatura). Su jugada es astuta aunque dependerá de la memoria que tenga una parte significativa de la clase media a la hora de elegir repetir más de lo mismo y sabiendo que los radicales han llevado al país hacia el precipicio cada vez que fueron gobierno desde la recuperación de la democracia. Lo positivo de la emergencia de Alfonsín en detrimento de la de Cobos es que ofrece la oportunidad de que la batalla electoral tienda a girar hacia carriles en los que los adversarios buscarán mostrarse, cada uno, como el mejor exponente de un proyecto de transformación y redistribución en el país. Eso incluso acelera lo que ha caracterizado al kirchnerismo que ha optado, en casi todas las oportunidades, por la profundización y no por el repliegue ante los avances de las corporaciones y de la oposición en esos momentos difíciles que se abrieron desde el voto no positivo del pequeño señor Cobos. De todos modos, el camino hacia octubre de 2011 es demasiado largo y siendo Argentina un país tan complejo y laberíntico, tan zigzagueante y caprichoso, es aventurado imaginar que el actual escenario se mantenga intocado. Lo que sí parece ser evidente, si se sostiene el crecimiento de Ricardo Alfonsín, es que el mayor desafío al que se enfrentará el kirchnerismo no vendrá desde el seno del peronismo, no será un desafío marcado por la impronta de un neomenemismo o de un conservadurismo duhaldista, sino que adquirirá los rasgos de una alianza neoprogresista heredera, aunque bajo otras circunstancias históricas, de aquella otra alianza que llevó al gobierno a De la Rúa y al Chacho Alvarez con los resultados conocidos y sufridos. Un progresismo vacío, retóricamente republicano y muy débil ante los poderes económicos se enfrentará al único gobierno democrático que después del 55 logró mantener su modelo pese a los claros avances destituyentes a los que tuvo que enfrentarse a partir de la rebelión gauchócrata. Será cuestión de seguir de cerca este duelo que, por esas extrañas parábolas de la realidad nacional, encuentra a los adversarios tratando de mostrarse como los más consecuentes en la búsqueda de un proyecto progresista. Lo que al menos sí se sabe es que uno está en el gobierno afanándose por profundizar políticas que mejoren la distribución y el trabajo, a la vez que continúen en la senda de políticas de memoria y justicia, en medio de una brutal crisis económica mundial, y los otros han tratado de bombardear sistemáticamente ese camino aunque ahora se envuelvan en ropajes progresistas.
8

lunes, 21 de junio de 2010

Norberto Galasso

 Por Silvina Friera-Pagina 12
“Donde está la luz.” Desde el primer piso de su estudio de la calle Asamblea, a pocas cuadras del Parque Chacabuco, la textura de una voz serena indica cómo llegar hasta la guarida del destripador obstinado de la historia oficial. Donde está la luz, hay una puerta entreabierta. Antes de subir por la empinadísima escalera una foto de un maldito, la de Arturo Jauretche, ilumina el camino hacia uno de sus más conspicuos herederos y biógrafos: Norberto Galasso. El historiador continúa desmontando las máscaras de los relatos contradictorios del liberalismo y metiendo el dedo en la llaga del sistema nervioso del mitrismo. No anda con chiquitas este hombre menudo, de apariencia frágil, ojos con una chispa indomable como marca de fábrica, y bigote de cuño jauretcheano. A los 73 años continúa peleando, sin vacilar, contra peso pesado. Aguijonea y lastima, aunque del otro lado de la cancha acusen recibo minimizando sus interpretaciones. En sus manos, en sus libros, que son muchos, más de cuarenta, el pasado nunca es un agujero negro sin fondo. Toma por las astas cualquier acontecimiento sobre el que investiga y rescata textos sepultados por resultar molestos, tendiendo puentes y redes de sentido. Sobre la mesa de su escritorio hay artículos de revistas, diarios y muchos libros, como los dos que acaba de publicar: Verdades y mitos del Bicentenario y la reedición de Felipe Varela y la lucha por la unión latinoamericana (ambos por Colihue).
La gran fiesta por los doscientos años aún está fresca en la retina de los argentinos. La primera pregunta que lanza a la palestra en las páginas de ese compendio ineludible sobre 1810 es: ¿Por qué festejamos los 200 años del nacimiento de la patria, si la Independencia se declaró el 9 de julio de 1816? El historiador imagina a una docente con alumnos inquietos que la taladran con interrogantes. Las complicaciones aumentan cuando los pibes reparan, un tanto perplejos, en que los integrantes de la Junta juraron fidelidad al rey de España, encabezando una revolución cuyo objetivo sería romper con la dominación española. Excepto que sea una profesora muy audaz que se atreva a cuestionar la interpretación oficial, repetirá la “fábula” impuesta por Bartolomé Mitre. Los muchachos de Mayo, consigna este relato sacralizado, cranearon una simulación llamada la “máscara de Fernando VII”, de tal modo que hicieron de cuenta que hacían una revolución contra el rey, pero en su nombre. Así engañaron a Fernando VII, a toda Europa y a su propio pueblo; engaño que duró hasta 1816 cuando, finalmente, se declaró la Independencia.
“Mitre historiador fabrica una historia que legitima al Mitre líder de la oligarquía porteña –dice Galasso en el libro–. Exalta el supuesto librecambio de Mayo para justificar la libertad de comercio que provoca déficit permanentes en la balanza comercial de su gobierno, entre 1863 y 1868. Relata un Mayo donde no existe protagonismo popular, porque así legitima su represión sobre aquellos que lideran a las masas en las provincias del Noroeste. Ofrece la visión de una Revolución de Mayo porteña y que mira hacia el Atlántico, porque ése es su proyecto antilatinoamericano.” El historiador cuenta que lo más importante de los recientes festejos del Bicentenario es que la gente tenía ganas de salir a la calle. “Fue un fenómeno muy extraño; nunca vi tanta gente junta y es bastante esperanzador que haya habido esta presencia popular sin incidentes y con alegría”, subraya Galasso a Página/12. “El Bicentenario era la oportunidad para dar un gran debate histórico, pero quizá sea muy exigente. Ya es bastante lo que se hizo, y que haya un interés popular”.
–Si como señala en el libro sobre los mitos del Bicentenario, la política de hoy es la historia que se está construyendo y se relatará años después, ¿qué historia estima que se está construyendo desde la política de este presente?
–Estamos en un momento muy interesante, un momento bisagra, si recordamos el deterioro catastrófico de 2001. En diez años ha cambiado bastante el panorama del país y de Latinoamérica. Más allá de las contradicciones que puedan tener estos procesos y que uno pueda apuntar disidencias o críticas a algunos aspectos –uno quisiera cambios más profundos–, estamos viviendo una época de excepción, donde se está consolidando una especie de revolución inconclusa, que fue la de Mayo y la de San Martín y Bolívar. Hablamos todos los días en los diarios del Unasur, del Banco del Sur, de la reivindicación de los derechos humanos, de las transformaciones económicas tendientes a una economía productiva, de algunos avances como Fútbol para Todos, que me parece muy importante, y la ley de medios. Estamos iniciando un camino que me parece muy auspicioso.
–¿Por qué cuesta desterrar el relato de la “máscara” de Fernando VII?
–La jura por Fernando VII se produjo en todos los movimientos revolucionarios. Ese relato bien interpretado indica, como sostenía Juan Bautista Alberdi, que la Revolución de Mayo integra un proceso revolucionario americano. Ahí está la raíz del Unasur. Por el contrario, al decir que la jura fue una “máscara” y que hubo una actitud independentista desde el principio se invita a pensar que todo lo español es reaccionario. Se fija la idea de que la cruz y la espada es España. Esa fijación lo llevó a Mitre a decir en sus libros que, por suerte, los Estados Unidos fueron conquistados y civilizados por anglosajones. Hay una actitud mental que es la de ser probritánico. Sarmiento decía que había ido a Europa y también a España, que representaba el atraso. Nosotros rompimos con el atraso, según el relato mitrista, para abrirnos al mercado mundial, que sería el antecedente de Menem, si queremos ser malos. El fenómeno de la ruptura con España es la ruptura con Hispanomérica; eso es lo que se quería lograr. Miremos al Atlántico, pero no a España, sino a Inglaterra.
–En el libro ubica como precursor de las posiciones latinoamericanistas a Juan Bautista Alberdi. Sin embargo, el relato imperante que se enseña en las escuelas gira en torno del lema “gobernar es poblar”, que colocaría a Alberdi bajo la égida mitrista, ¿no?
–Sí, es cierto, pero porque hay un Alberdi “joven” y un Alberdi “viejo”. El Alberdi joven que se exilió en Montevideo estuvo dispuesto a apoyar a los franceses para tratar de sacar a Rosas de la gobernación de la provincia de Buenos Aires, y tuvo una buena relación con Mitre y con Sarmiento. A partir de Caseros comenzaron a producirse las disidencias. Alberdi se definió a favor de Paraguay en la “Guerra de la Triple Infamia”. Ese Alberdi “viejo”, que pasó prácticamente los últimos treinta años de su vida en el exterior, fue el que dijo que la Revolución de Mayo forma parte de la revolución hispanoamericana. Pero ése es el Alberdi que ha quedado sepultado.
–La posición del Frente Obrero, ese grupo de la izquierda que reconoció el carácter progresista del peronismo que usted rescata en el libro, ¿quedó eclipsada por la corriente historiográfica llamada Historia Social?
–El Frente Obrero era un grupo muy reducido de marxistas lectores de Trotsky. Entendieron la importancia del peronismo porque uno de ellos tenía un hermano que era delegado metalúrgico, que es lo que le falta a la izquierda: tener un cable a tierra (risas). El tener ese cable a tierra les permitió darse cuenta de que estaban pasando cosas en la clase trabajadora y comenzaron a revisar la historia. Salvo Enrique Rivera, que publicó algunos libros, uno de los más importantes de este grupo, Aurelio Narvaja padre quedó sepultado. Gran parte de las ideas del frente las retomó Jorge Abelardo Ramos, las desarrolló y las difundió, pero ladeándolas por momentos hacia el nacionalismo. Para colmo de males, Ramos terminó adhiriendo al menemismo...
Galasso militó en el Partido Socialista de la Izquierda Nacional entre 1963 y 1971. “Cuando me fui, empecé a visitar a estos viejos del Frente Obrero. Me acuerdo que llamé por teléfono a Narvaja y me dijo: ‘Yo estoy en el estercolero de la historia, ¿para qué me quiere ver a mí?’”. La voz del historiador imita el tono cabrón de ese hombre herido de muerte por el olvido en vida. “Esta gente estuvo muy aislada; no habían transado con nada, pero la historia los había pasado por encima y no pudieron construir nada. Lo ideal hubiera sido que hubieran podido construir una izquierda al lado del peronismo; que es un poco lo que pasa ahora y por eso me enojo con Pino Solanas –compara–. Su función era construir una izquierda nacional, al lado del Gobierno, marcarle las limitaciones y las cosas que se hacen mal. Pero de este lado, sin pasarse a la oposición, porque entonces este Gobierno queda solo y tenemos que elegir siempre entre lo que ya sabemos que es malísimo y gobiernos nacionales que tienen contradicciones. Ese es un poco el drama de no tener una izquierda real. Lo que tenemos son posiciones de izquierda abstractas, que a veces juegan como derecha concreta, por ejemplo cuando algunas agrupaciones fueron a apoyar a la Mesa de Enlace. Y uno no puede más que lamentarlo porque no son el enemigo, por supuesto.”
–Usted recuerda un artículo de Luis Alberto Romero de 2002 en el que parece que se aparta del relato mitrista sobre la Revolución de Mayo y plantea que los historiadores están lejos de lo que se enseña en la escuela. ¿Cómo explica que Romero no haya dado un paso más allá y siga sosteniendo ese relato?
–La corriente de la Historia Social está en crisis. El historiador José Carlos Chiaramonte, que viene de ese grupo, dice que lo de la “máscara” es una estupidez porque tiene mayor independencia. Pero hay otros historiadores que son asesores en grandes editoriales, como fue Romero en Sudamericana, y quieren comentarios favorables en el diario La Nación. Estamos viviendo un momento muy complejo en la historia, que significa no sólo romper con el diario La Nación, sino que implicaría cambiar el nombre de muchas calles, las estatuas de muchas plazas, hacer una especie de revolución cultural de una Argentina que se inserta definitivamente en América latina, que deja de tener rencores con Bolívar, que reconoce que Dorrego estuvo en la revolución chilena y que San Martín era más latinoamericano que argentino; toda una serie de cuestiones para las que se requiere tener una audacia que los historiadores que están en puestos importantes no tienen. Romero ahora está jubilado, pero durante mucho tiempo ha sido el jefe del Departamento de Historia de la Universidad de Buenos Aires, el dispensador de becas, de adjuntos. Esto es una limitación. La misma limitación que tiene Tulio Halperin Donghi, que por primera vez en mucho tiempo reconoce que es tendencioso. Cuando Donghi cuenta que el 16 de junio de 1955 se “ametralló” el centro porteño, no dice que murieron casi 400 personas. A él le importan más las quemas de las iglesias que los bombardeos de la Plaza de Mayo. A un estudiante que estudia mal la historia le cuesta entender el presente. Si se hace a la imagen que le enseñaron de civilización o barbarie, la barbarie será (Hugo) Moyano y la civilización será (Héctor) Magnetto (CEO de Clarín), entonces se ubicará muy mal.
–¿Por qué la figura de Felipe Varela ingresó a la lista de los malditos argentinos?
–Varela tiene dos manifiestos que son bastante fuertes. En uno de ellos dice que la política de Mitre provocó 50 mil muertos en el Noroeste. En aquel tiempo, con una población de 2 millones, 50 mil muertos era una cifra tremenda. Nosotros hablamos de 30 mil desaparecidos en una población de 30 millones, en el momento de la dictadura. En ese manifiesto plantea que hubo un terror durante el mitrismo tan grande como el de la época de Rosas. Varela es parte de una expresión del interior devastado por la política de la oligarquía porteña. Varela hizo un elogio de Caseros, que más allá de que participaron los brasileños y de que Urquiza tuviera sus limitaciones, significaba una posibilidad. Porque significó la Constitución Federal. Tanto el Chacho Peñaloza como Felipe Varela, para la interpretación rosista, son dos elementos molestos. Para el liberalismo mitrista también, porque Varela plantea no sólo que han masacrado a todos los pueblos del noroeste, sino que son los usurpadores de las rentas, que son nacionales y se las queda la provincia de Buenos Aires. Además se declaró amigo del Paraguay. La imagen que quedó de Varela, por las oligarquías del Norte, está en la zamba que dice “matando viene y se va”, cuando Varela entró en Salta. Es la imagen de un caudillo sanguinario.
–¿Le gusta nadar contra la corriente al rescatar figuras olvidadas?
–Sí, pero nado contra la corriente políticamente. Llegué a la historia por una cuestión política; creo que América latina tiene que estar unida y tiene que ser libre. Y será el socialismo del siglo XXI, como ya lo apuntan (Hugo) Chávez, (Rafael) Correa y Evo. Esa unión hay que hacerla con el Plan de Operaciones de Moreno, con fuerte inversión estatal, con cooperativas, con mutuales, con organizaciones populares. La historia es un arma de combate contra la sacralización de las clases dominantes. También rescato la figura de Manuel Ugarte, un chico de la clase alta muy seductor y romántico que le dijo a una niña que él iba a luchar toda su vida por la unión latinoamericana, contra Estados Unidos y por el socialismo. Ella, que no entendía nada, le contestó: “Me parece demasiada carga para andar por la vida” (risas).

jueves, 10 de junio de 2010

Continuación FELIPE VARELA X GALASSO

Norberto Galasso, autor de una amplia obra dedicada a rescatar lo más valioso del pensamiento nacional y latinoamericano, evoca en este libro la figura del caudillo Felipe Varela, que no tiene calles con su nombre, ni casi monumentos públicos, pero cuya memoria pervive en las coplas y cancioneros populares. Perseguido y denigrado en vida, olvidado y difamado luego de su muerte, Felipe Varela levantó la bandera de la Unión Americana, haciendo suyos los sueños de San Martín y Bolívar. No eran tiempos fáciles los que le tocaron en suerte. Con sus montoneras se enfrentó al Estado nacional oligárquico que el mitrismo porteño estaba Construyendo, a sangre y fuego, en alianza con el capital inglés y a espaldas de los pueblos del interior. Denunció el oprobio de la guerra de la Triple Infamia, librada contra el hermano Paraguay, "guerra ambiciosa de dominio, contraria a los santos principios de la Unión Americana, cuya base fundamental es la Conservación incólume de la soberanía de cada república"'. Considerado un obstáculo para la "civilización", bandido, gaucho malo y sanguinario, enemigo del orden, fue derrotado por fuerzas ampliamente superiores en número y pertrechos, al igual que el "Chacho" Peñaloza y tantos otros caudillos de su época. Su muerte solitaria y en la pobreza, en el exilio chileno, coincide con la fragmentación de la Patria Grande latinoamericana.
Sin embargo, las voces de los caídos ilustres a lo largo de la historia vuelven a ser oídas, son banderas para la lucha de otros pueblos, de otros hombres y mujeres. América Latina hace hoy honor a sus héroes y retoma sus proyectos emancipatorios: la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) es su expresión elocuente y en ella late, sin duda, la Unión Americana por la que bregó Varela.
Resulta entonces muy oportuna la reedición ampliada de este libro fundamental para conocer al Quijote de los Andes, como lo calificó José María Rosa, para rescatar su gesta y la de todos los que lucharon por una América Latina libre y unida.


Norberto Galasso. Nació en Buenos Aires en 1936. Político, ensayista e investigador de temas nacionales y latinoamericanos se ha interesado por indagar en los márgenes de la cultura oficial. De allí su extensa y controvertida obra que aúna pensamiento crítico y militancia, sin eludir el rigor. Los personajes silenciados por la historiografía académica han sido en muchas ocasiones objeto de sus trabajos en los que se ha revelado como un estudioso inteligente y tenaz, y un biógrafo apasionante. Entre sus obras publicadas en Ediciones Colihue se encuentran: Mariano Moreno, "el sabiecito del sur" (1994); La Revolución de Mayo. El pueblo quiere saber de qué se trató (1994); El Che. Revolución latinoamericana y socialismo (1997); Seamos libres y lo demás no importa nada. Vida de San Martín (2000); Perón. (Biografía en dos tomos, 2000); Vida de Scalabrini Ortiz (2008) y ¿Cómo pensar la realidad nacional? Crítica al pensamiento colonizado (2009) y Verdades y mitos del Bicentenario. Una interpretación latinoamericana (2010).


PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN



El 8 de junio de 1870, en el cementerio de Tierra Amarilla, pequeña aldea cercana a Copiapó, en el norte chileno, unas pocas personas acompañan los restos mortales de Felipe Varela a su morada definitiva. Un día antes, el cónsul argentino en esa ciudad, Belisario López, le comunicaba al embajador Félix Frías: “Este caudillo de triste memoria para la República Argentina ha muerto en la última miseria, legando solo sus fatales antecedentes a su desgraciada familia”.
Frías le contestará días después: “Comuniqué inmediatamente a nuestro gobierno la noticia del fallecimiento de Felipe Varela, a quien Dios haya perdonado todo el mal que hizo a sus paisanos […]” .
“Triste memoria”, “fatales antecedentes”, “todo el mal que hizo”... Solo, en la más absoluta miseria, envejecido prematuramente, Varela se encuentra con la muerte mientras siguen lloviendo sobre su nombre los dicterios del enemigo.
A partir de aquel día, las fuerzas sociales que lo habían combatido organizaron una minuciosa campaña de silenciamiento alrededor de su figura. Varela ya no apareció en los textos escolares, ni en las sesudas sesiones académicas, ni en los suplementos de los grandes diarios, ni en los gruesos tomos de historia que circulan en las universidades. En lugar de promoverlo como “demonio” –caso Rosas– frente a las estampas santificadas de Rivadavia o Mitre, la historia oficial prefirió omitirlo lisa y llanamente. Durante décadas, su nombre resultó ignorado, especialmente en aquellos lugares donde la tradición oral fue interrumpida por el predominio de la inmigración. Así, fue uno más que ingresó a la lista de los “malditos” registrados en el índex sancionado por la oligarquía.
Durante mucho tiempo, solo ese hombre anónimo de La Rioja o Catamarca, a quien la verdad histórica le llegó de labios de su propio abuelo montonero, resguardó la memoria del caudillo. Décadas más tarde, cuando ya fue imposible ignorar al jefe de una vasta insurrección que puso en pie de guerra a todo el Noroeste argentino, la clase dominante recurrió a la descalificación, apelando al arsenal de invectivas que Mitre y sus adláteres habían dirigido contra los jefes populares. De ese modo, Varela salió del silencio para entrar en la historia como un “infame bandolero”, “azote de los pueblos”, “Atila insaciable”, “caudillo sanguinario”, “gaucho malo y corrompido hasta la médula de los huesos”. Y, para consolidar el vituperio, se recurrió al folklore oligárquico en el que aparece como culpable de “una mañana de sangre”, como un bandido que “matando viene y se va”.
El triste destino de Felipe Varela –perseguido y denigrado en vida, silenciado y difamado luego de su muerte– no mejoró después de 1930 con el auge del revisionismo rosista. Su lucha contra “el Restaurador”, su exaltación de la batalla de Caseros y de la Constitución de 1853, su condena a la política porteñista –ya fuesen sus ejecutores Rivadavia, Mitre o Rosas– lo convirtieron en figura poco simpática para los primeros revisionistas. Solo algunos –los menos ligados a la concepción rosista– prestaron atención al jefe montonero y, tiempo más tarde, otros se atrevieron a condenar al mitrismo y a la guerra de la Triple Alianza, lo que, de por sí, llevaba a revalorar a Varela. Pero, en general, el rosismo se atragantó con el caudillo catamarqueño, quien resultó triturado y deformado, así, por dos corrientes historiográficas que, en última instancia, brotan de la misma clase dominante.
Los historiadores liberales, después de ignorarlo, lo habían condenado tachándolo de “facineroso” y “sanguinario”. La variante pseudomarxista de la vieja izquierda lo rotuló, asimismo, como expresión del feudalismo reaccionario opuesto al progreso civilizador del mitrismo que nos incorporaba a la economía mundial. A su vez, los historiadores rosistas lo abordaron desde diversos ángulos, a cual peor. Juan Pablo Oliver, obligado a optar entre Varela y Mitre con motivo de la guerra de la Triple Alianza, prefirió a don Bartolo que era, “en definitiva, el Presidente de la República Argentina” y estigmatizó al caudillo como traidor. Vicente Sierra, por su parte, lo consideró desdeñosamente “como caudillo localista de escasa significación”. Asimismo, hubo quienes le reconocieron méritos pero, enfrentados al antirrosismo del montonero, optaron por transcribir mutilada –y sin puntos suspensivos que indicaran la omisión– su proclama de 1866 para ocultar sus elogios a Urquiza, Caseros y la Constitución del 53. Finalmente, otros prefirieron transcribir honestamente la documentación íntegra pero, recurriendo a
artilugios hermenéuticos, terminaron argumentando que Varela quería –aunque él no lo supiese– cumplir el proyecto de Rosas, que el elogio a la batalla de Caseros era simplemente táctica o error y que solo la ingenuidad pudo llevarlo a confiar tantos años en Urquiza, siendo este “un simple servidor de los intereses brasileños”. Felipe Varela ya no era un bandolero, depredador de pueblos, ni tampoco un traidor a la Patria.
Era, políticamente, algo peor: un zonzo.
Estos distintos enfoques historiográficos se resuelven, en última instancia, en una coincidencia antivarelista sustentada en la concepción de que las masas no son las protagonistas de la historia. Para unos, el motor del desarrollo histórico son las élites “refinadas” estilo Rivadavia o Mitre; para otros, los grandes estancieros patriarcales, estilo Rosas. Del mismo modo, esta discusión histórica no hace más que reflejar la polémica política. El nacionalismo reivindica a Rosas como defensor de la soberanía frente a la invasión extranjera y condena con justicia a “los civilizados” que apoyaron esa invasión, pero asume posiciones reaccionarias por su carácter bonaerense y oligárquico, o burgués, en el mejor de los casos. Por eso, a su vez, combate también –como el liberalismo oligárquico– al nacionalismo popular y latinoamericano, ya sea enjuiciando a sus caudillos o adulterándolos, como en el caso de Felipe Varela. Tanto a los historiadores liberales como a los rosistas les molesta que Varela haya ingresado a la Argentina con un batallón de chilenos, que haya tenido vinculaciones con el gobierno boliviano y que no se haya sometido a los dictados de Buenos Aires, ni de Mitre, ni de Rosas. Y son precisamente estas actitudes las que agrandan la figura del montonero, en la línea de Bolívar y San Martín y la exaltan hoy, justamente, cuando los pueblos de la Patria Grande comprenden que su alternativa es unirse en la liberación o permanecer desunidos en el coloniaje.
Solo a la luz de un enfoque latinoamericano –por encima de las historias chicas de las patrias chicas– es posible captar la verdadera dimensión de la figura de Felipe Varela. Solo desde una perspectiva nacional, democrática y revolucionaria, es posible rescatar del silencio a este “maldito” demostrando, no solo la justicia de su lucha pasada, sino la insoslayable vigencia que poseen hoy sus viejas banderas. A ese propósito están destinadas las páginas que van a leerse. (Norberto Galasso. Buenos Aires, marzo 1983)
VOLVER AL BLOG PRINCIPAL