lunes, 21 de junio de 2010

Norberto Galasso

 Por Silvina Friera-Pagina 12
“Donde está la luz.” Desde el primer piso de su estudio de la calle Asamblea, a pocas cuadras del Parque Chacabuco, la textura de una voz serena indica cómo llegar hasta la guarida del destripador obstinado de la historia oficial. Donde está la luz, hay una puerta entreabierta. Antes de subir por la empinadísima escalera una foto de un maldito, la de Arturo Jauretche, ilumina el camino hacia uno de sus más conspicuos herederos y biógrafos: Norberto Galasso. El historiador continúa desmontando las máscaras de los relatos contradictorios del liberalismo y metiendo el dedo en la llaga del sistema nervioso del mitrismo. No anda con chiquitas este hombre menudo, de apariencia frágil, ojos con una chispa indomable como marca de fábrica, y bigote de cuño jauretcheano. A los 73 años continúa peleando, sin vacilar, contra peso pesado. Aguijonea y lastima, aunque del otro lado de la cancha acusen recibo minimizando sus interpretaciones. En sus manos, en sus libros, que son muchos, más de cuarenta, el pasado nunca es un agujero negro sin fondo. Toma por las astas cualquier acontecimiento sobre el que investiga y rescata textos sepultados por resultar molestos, tendiendo puentes y redes de sentido. Sobre la mesa de su escritorio hay artículos de revistas, diarios y muchos libros, como los dos que acaba de publicar: Verdades y mitos del Bicentenario y la reedición de Felipe Varela y la lucha por la unión latinoamericana (ambos por Colihue).
La gran fiesta por los doscientos años aún está fresca en la retina de los argentinos. La primera pregunta que lanza a la palestra en las páginas de ese compendio ineludible sobre 1810 es: ¿Por qué festejamos los 200 años del nacimiento de la patria, si la Independencia se declaró el 9 de julio de 1816? El historiador imagina a una docente con alumnos inquietos que la taladran con interrogantes. Las complicaciones aumentan cuando los pibes reparan, un tanto perplejos, en que los integrantes de la Junta juraron fidelidad al rey de España, encabezando una revolución cuyo objetivo sería romper con la dominación española. Excepto que sea una profesora muy audaz que se atreva a cuestionar la interpretación oficial, repetirá la “fábula” impuesta por Bartolomé Mitre. Los muchachos de Mayo, consigna este relato sacralizado, cranearon una simulación llamada la “máscara de Fernando VII”, de tal modo que hicieron de cuenta que hacían una revolución contra el rey, pero en su nombre. Así engañaron a Fernando VII, a toda Europa y a su propio pueblo; engaño que duró hasta 1816 cuando, finalmente, se declaró la Independencia.
“Mitre historiador fabrica una historia que legitima al Mitre líder de la oligarquía porteña –dice Galasso en el libro–. Exalta el supuesto librecambio de Mayo para justificar la libertad de comercio que provoca déficit permanentes en la balanza comercial de su gobierno, entre 1863 y 1868. Relata un Mayo donde no existe protagonismo popular, porque así legitima su represión sobre aquellos que lideran a las masas en las provincias del Noroeste. Ofrece la visión de una Revolución de Mayo porteña y que mira hacia el Atlántico, porque ése es su proyecto antilatinoamericano.” El historiador cuenta que lo más importante de los recientes festejos del Bicentenario es que la gente tenía ganas de salir a la calle. “Fue un fenómeno muy extraño; nunca vi tanta gente junta y es bastante esperanzador que haya habido esta presencia popular sin incidentes y con alegría”, subraya Galasso a Página/12. “El Bicentenario era la oportunidad para dar un gran debate histórico, pero quizá sea muy exigente. Ya es bastante lo que se hizo, y que haya un interés popular”.
–Si como señala en el libro sobre los mitos del Bicentenario, la política de hoy es la historia que se está construyendo y se relatará años después, ¿qué historia estima que se está construyendo desde la política de este presente?
–Estamos en un momento muy interesante, un momento bisagra, si recordamos el deterioro catastrófico de 2001. En diez años ha cambiado bastante el panorama del país y de Latinoamérica. Más allá de las contradicciones que puedan tener estos procesos y que uno pueda apuntar disidencias o críticas a algunos aspectos –uno quisiera cambios más profundos–, estamos viviendo una época de excepción, donde se está consolidando una especie de revolución inconclusa, que fue la de Mayo y la de San Martín y Bolívar. Hablamos todos los días en los diarios del Unasur, del Banco del Sur, de la reivindicación de los derechos humanos, de las transformaciones económicas tendientes a una economía productiva, de algunos avances como Fútbol para Todos, que me parece muy importante, y la ley de medios. Estamos iniciando un camino que me parece muy auspicioso.
–¿Por qué cuesta desterrar el relato de la “máscara” de Fernando VII?
–La jura por Fernando VII se produjo en todos los movimientos revolucionarios. Ese relato bien interpretado indica, como sostenía Juan Bautista Alberdi, que la Revolución de Mayo integra un proceso revolucionario americano. Ahí está la raíz del Unasur. Por el contrario, al decir que la jura fue una “máscara” y que hubo una actitud independentista desde el principio se invita a pensar que todo lo español es reaccionario. Se fija la idea de que la cruz y la espada es España. Esa fijación lo llevó a Mitre a decir en sus libros que, por suerte, los Estados Unidos fueron conquistados y civilizados por anglosajones. Hay una actitud mental que es la de ser probritánico. Sarmiento decía que había ido a Europa y también a España, que representaba el atraso. Nosotros rompimos con el atraso, según el relato mitrista, para abrirnos al mercado mundial, que sería el antecedente de Menem, si queremos ser malos. El fenómeno de la ruptura con España es la ruptura con Hispanomérica; eso es lo que se quería lograr. Miremos al Atlántico, pero no a España, sino a Inglaterra.
–En el libro ubica como precursor de las posiciones latinoamericanistas a Juan Bautista Alberdi. Sin embargo, el relato imperante que se enseña en las escuelas gira en torno del lema “gobernar es poblar”, que colocaría a Alberdi bajo la égida mitrista, ¿no?
–Sí, es cierto, pero porque hay un Alberdi “joven” y un Alberdi “viejo”. El Alberdi joven que se exilió en Montevideo estuvo dispuesto a apoyar a los franceses para tratar de sacar a Rosas de la gobernación de la provincia de Buenos Aires, y tuvo una buena relación con Mitre y con Sarmiento. A partir de Caseros comenzaron a producirse las disidencias. Alberdi se definió a favor de Paraguay en la “Guerra de la Triple Infamia”. Ese Alberdi “viejo”, que pasó prácticamente los últimos treinta años de su vida en el exterior, fue el que dijo que la Revolución de Mayo forma parte de la revolución hispanoamericana. Pero ése es el Alberdi que ha quedado sepultado.
–La posición del Frente Obrero, ese grupo de la izquierda que reconoció el carácter progresista del peronismo que usted rescata en el libro, ¿quedó eclipsada por la corriente historiográfica llamada Historia Social?
–El Frente Obrero era un grupo muy reducido de marxistas lectores de Trotsky. Entendieron la importancia del peronismo porque uno de ellos tenía un hermano que era delegado metalúrgico, que es lo que le falta a la izquierda: tener un cable a tierra (risas). El tener ese cable a tierra les permitió darse cuenta de que estaban pasando cosas en la clase trabajadora y comenzaron a revisar la historia. Salvo Enrique Rivera, que publicó algunos libros, uno de los más importantes de este grupo, Aurelio Narvaja padre quedó sepultado. Gran parte de las ideas del frente las retomó Jorge Abelardo Ramos, las desarrolló y las difundió, pero ladeándolas por momentos hacia el nacionalismo. Para colmo de males, Ramos terminó adhiriendo al menemismo...
Galasso militó en el Partido Socialista de la Izquierda Nacional entre 1963 y 1971. “Cuando me fui, empecé a visitar a estos viejos del Frente Obrero. Me acuerdo que llamé por teléfono a Narvaja y me dijo: ‘Yo estoy en el estercolero de la historia, ¿para qué me quiere ver a mí?’”. La voz del historiador imita el tono cabrón de ese hombre herido de muerte por el olvido en vida. “Esta gente estuvo muy aislada; no habían transado con nada, pero la historia los había pasado por encima y no pudieron construir nada. Lo ideal hubiera sido que hubieran podido construir una izquierda al lado del peronismo; que es un poco lo que pasa ahora y por eso me enojo con Pino Solanas –compara–. Su función era construir una izquierda nacional, al lado del Gobierno, marcarle las limitaciones y las cosas que se hacen mal. Pero de este lado, sin pasarse a la oposición, porque entonces este Gobierno queda solo y tenemos que elegir siempre entre lo que ya sabemos que es malísimo y gobiernos nacionales que tienen contradicciones. Ese es un poco el drama de no tener una izquierda real. Lo que tenemos son posiciones de izquierda abstractas, que a veces juegan como derecha concreta, por ejemplo cuando algunas agrupaciones fueron a apoyar a la Mesa de Enlace. Y uno no puede más que lamentarlo porque no son el enemigo, por supuesto.”
–Usted recuerda un artículo de Luis Alberto Romero de 2002 en el que parece que se aparta del relato mitrista sobre la Revolución de Mayo y plantea que los historiadores están lejos de lo que se enseña en la escuela. ¿Cómo explica que Romero no haya dado un paso más allá y siga sosteniendo ese relato?
–La corriente de la Historia Social está en crisis. El historiador José Carlos Chiaramonte, que viene de ese grupo, dice que lo de la “máscara” es una estupidez porque tiene mayor independencia. Pero hay otros historiadores que son asesores en grandes editoriales, como fue Romero en Sudamericana, y quieren comentarios favorables en el diario La Nación. Estamos viviendo un momento muy complejo en la historia, que significa no sólo romper con el diario La Nación, sino que implicaría cambiar el nombre de muchas calles, las estatuas de muchas plazas, hacer una especie de revolución cultural de una Argentina que se inserta definitivamente en América latina, que deja de tener rencores con Bolívar, que reconoce que Dorrego estuvo en la revolución chilena y que San Martín era más latinoamericano que argentino; toda una serie de cuestiones para las que se requiere tener una audacia que los historiadores que están en puestos importantes no tienen. Romero ahora está jubilado, pero durante mucho tiempo ha sido el jefe del Departamento de Historia de la Universidad de Buenos Aires, el dispensador de becas, de adjuntos. Esto es una limitación. La misma limitación que tiene Tulio Halperin Donghi, que por primera vez en mucho tiempo reconoce que es tendencioso. Cuando Donghi cuenta que el 16 de junio de 1955 se “ametralló” el centro porteño, no dice que murieron casi 400 personas. A él le importan más las quemas de las iglesias que los bombardeos de la Plaza de Mayo. A un estudiante que estudia mal la historia le cuesta entender el presente. Si se hace a la imagen que le enseñaron de civilización o barbarie, la barbarie será (Hugo) Moyano y la civilización será (Héctor) Magnetto (CEO de Clarín), entonces se ubicará muy mal.
–¿Por qué la figura de Felipe Varela ingresó a la lista de los malditos argentinos?
–Varela tiene dos manifiestos que son bastante fuertes. En uno de ellos dice que la política de Mitre provocó 50 mil muertos en el Noroeste. En aquel tiempo, con una población de 2 millones, 50 mil muertos era una cifra tremenda. Nosotros hablamos de 30 mil desaparecidos en una población de 30 millones, en el momento de la dictadura. En ese manifiesto plantea que hubo un terror durante el mitrismo tan grande como el de la época de Rosas. Varela es parte de una expresión del interior devastado por la política de la oligarquía porteña. Varela hizo un elogio de Caseros, que más allá de que participaron los brasileños y de que Urquiza tuviera sus limitaciones, significaba una posibilidad. Porque significó la Constitución Federal. Tanto el Chacho Peñaloza como Felipe Varela, para la interpretación rosista, son dos elementos molestos. Para el liberalismo mitrista también, porque Varela plantea no sólo que han masacrado a todos los pueblos del noroeste, sino que son los usurpadores de las rentas, que son nacionales y se las queda la provincia de Buenos Aires. Además se declaró amigo del Paraguay. La imagen que quedó de Varela, por las oligarquías del Norte, está en la zamba que dice “matando viene y se va”, cuando Varela entró en Salta. Es la imagen de un caudillo sanguinario.
–¿Le gusta nadar contra la corriente al rescatar figuras olvidadas?
–Sí, pero nado contra la corriente políticamente. Llegué a la historia por una cuestión política; creo que América latina tiene que estar unida y tiene que ser libre. Y será el socialismo del siglo XXI, como ya lo apuntan (Hugo) Chávez, (Rafael) Correa y Evo. Esa unión hay que hacerla con el Plan de Operaciones de Moreno, con fuerte inversión estatal, con cooperativas, con mutuales, con organizaciones populares. La historia es un arma de combate contra la sacralización de las clases dominantes. También rescato la figura de Manuel Ugarte, un chico de la clase alta muy seductor y romántico que le dijo a una niña que él iba a luchar toda su vida por la unión latinoamericana, contra Estados Unidos y por el socialismo. Ella, que no entendía nada, le contestó: “Me parece demasiada carga para andar por la vida” (risas).